Como primera actividad del curso, adjunto mi reflexión personal sobre el texto "Nuevos paradigmas en educación, ciudad y arquitectura", publicado por Santiago de Molina en La Ciudad Viva.
El debate que surgió en clase fue corto, interrumpido por la llegada de los invitados, y apenas dio tiempo a comentarlo por completo. Pero, desde luego, había mucho más que decir sobre este interesante texto.
NUEVOS PARADIGMAS EN EDUCACIÓN, CIUDAD Y ARQUITECTURA
El autor analiza en su texto el cambio que están experimentando las relaciones entre la arquitectura y la sociedad, desde tres puntos de vista:
‐ La relevancia social de la figura del arquitecto,
‐ La educación que recibimos los futuros arquitectos, y cómo se ve afectada por el acceso los medios digitales de información,
‐ Y el papel del arquitecto en los nuevos foros de participación ciudadana.
Para el primer aspecto, el de la figura del arquitecto en la actualidad, Santiago de Molina propone una tesis difícilmente refutable: el arquitecto del siglo XXI ya no es un profesional cuyo objetivo es su propia gloria, sino que, desde la naturalidad, ofrece sus conocimientos técnicos y humanísticos a la sociedad, con el propósito de responder con su trabajo a razones de necesidad.
En el segundo ámbito, el de la enseñanza de la arquitectura, el autor hace una reflexión profunda sobre el enfoque de la mayoría de escuelas de arquitectura, donde se premia la genialidad del alumno. Dicho enfoque lo considera caduco y alejado de la realidad. En su lugar, propone una enseñanza comprometida con la ciudad y los ciudadanos. Ya no se debe preparar a los alumnos para la producción de espectaculares imágenes de difícil (o imposible) materialización, sino que se los debe formar como personas que saben hacer arquitectura.
Ante esa afirmación, podríamos hacerle la siguiente pregunta al autor: “¿Y en qué consiste saber hacer arquitectura”. De Molina nos da una pista, al hablar de la forma específica de mirar el mundo de los arquitectos. Algo de lo que, en mayor o menor medida, ya habíamos detectado los que habíamos tratado con ellos.
“¿Y cómo se consigue esa forma de mirar el mundo?”, podríamos seguir preguntando. Aquí no he encontrado una clara respuesta en el texto. Quizá sea la misma respuesta que obtuve cuando pregunté por qué no había enseñanza de arquitectura on line: porque se necesita la presencia de un profesor, de un maestro. Estoy convencido de que, en buena medida, nuestra manera de entender esta profesión cuando salgamos, estará condicionada por los profesores que hayamos tenido cada uno.
Y, por último, Santiago de Molina hace referencia al papel de mediadores que los
arquitectos tenemos (o tendremos) en los nuevos foros de participación ciudadana, surgidos al margen del sistema socio‐político vigente, en lo relativo a los nuevos modelos de ciudad.
Aunque el autor admite que el proceso de cambio social será largo, y que convivirá con los viejos paradigmas durante cierto tiempo, se muestra convencido de su éxito. A mí me gustaría ser tan optimista como él: los poderosos son demasiado fuertes.