lunes, 21 de octubre de 2013

"ESCRITOS Y CONVERSACIONES". Fco. JAVIER SÁENZ DE OÍZA (I)

He empezado a leer este libro, en el que se recopilan textos y entrevistas de "un arquitecto que no quería escribir", en palabras de su hijo Javier Sáenz Guerra. Al leerlo he reconocido numerosos mensajes que vengo escuchando a los profesores desde que, en septiembre de 2010, comencé mis estudios de arquitectura.

Sin embargo, el primero que me ha llamado la atención, ha sido un mensaje que no he percibido tanto en el ámbito universitario, como en el contacto diario con los profesionales de la arquitectura.

Me refiero a la consideración de los arquitectos como miembros de una élite: "la masa es la masa y la minoría es la minoría. Punto. Yo no acudo a la masa para operarme del corazón, sino a una minoría que sabe del corazón".

Y como consecuencia de lo anterior, entender que la función social del arquitecto se realiza desde "un peldaño por encima" de lo que él llama "las masas": "En los últimos cincuenta años [se refiere al periodo 1936-1986] las masas se han sentido autoras de sus propias creaciones y nosotros hemos sido sus servidores sociales en el peor sentido de la palabra, en el sentido crítico. No hemos debido responder a ese grito de las masas, tal como hizo Van Gogh, que nunca hizo caso de si le compraban o no. Teníamos que haber hecho caso omiso de lo que quería la sociedad. Yo, afortunadamente, lo hago siempre". 

Aunque se destila una actitud didáctica al decir: "cuando me he creído servidor social [...], es cuando he atacado a mi servicio social, porque era encerrarme en mi cuarto y hacer la mejor arquitectura para hacer comprender a la masa la distancia que hay entre [...] las casas que habitan y las casas con que sueñan los arquitectos".

No obstante, debemos poner este discurso en su contexto histórico, si pensamos que la entrevista en la Oíza pronunció estas palabras se produjo en 1986, cuando el Posmodernismo estaba en plena vigencia, que reivindicaba la incorporación a la arquitectura de los gustos populares.

Sin duda, y en palabras de Santiago de Molina, el arquitecto posee "una forma específica de mirar el mundo". Pero al igual que ocurre con otras profesiones a las que se accede después de un difícil proceso de formación, como médicos o ingenieros, no debemos caer en la soberbia, definida en el Diccionario de la RAE como "satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás".

Quizá ocurra que todos aquellos arquitectos "satisfechos y envanecidos por sus propias prendas", hayan olvidado estas otras palabras del mismo Sáenz de Oíza: "...yo creo que es tan creativo hacer una ventana como repartir cartas o hacer pan por la noche para que coman todos los vecinos por la mañana. Cuando la labor es reconocida, cuando sabes que no estás haciendo un trabajo sin nombre, todas las labores son hermosas".

No era mi intención tratar este tema con tanta extensión. Quizá me hayan traicionado mis ganas de saldar viejas deudas pendientes con algunos arquitectos con los que traté en el pasado desde mi condición de aparejador. Y, no creo que sea casualidad, ninguno de ellos se encuentra entre los que yo recuerde como más capaces.

En cualquier caso, la precaria situación laboral que nos muestran las estadísticas que hemos conocido recientemente, en lo que se refiere a titulados de arquitectura, nos permiten suponer que esa soberbia está en vías de extinción. En su lugar, debemos dar la bienvenida a la naturalidad que postula Santiago de Molina en su texto "Nuevos paradigmas en educación, ciudad y arquitectura", cuando dice: "Del arquitecto hoy [...] parece reclamarse [...] la naturalidad de un técnico que asuma la aspiración de responder a su arte con razones de necesidad".